martes, noviembre 20, 2007

Hierro


La lluvia golpea los cristales de la ventana, con tanta fuerza que parece que estuviera llamándome.

Acudo a su llamada. Abro la ventana y observo el mundo a través del rectángulo que la forma.

Siento el aire frío y purificador sobre mi rostro, y en ese instante olvido dónde estoy, quién soy: también yo soy lluvia. Dejo de oir los sonidos que me rodeaban hasta entonces: el sonido del agua chocando contra el suelo hace enmudecer al resto.

Los edificios que me rodean pertenecen a grandes fábricas y naves industriales, y del techo de algunos de ellos surgen tubos de acero que miran hacia el cielo, mientras escupen un humo denso y gris que lucha contra la lluvia por su supervivencia.

Veo grúas erigiéndose majestuosas contra el cielo de metal, como si quisieran fundirse con él, como si el cielo y las grúas estuvieran hechas de la misma materia, como si mucho tiempo atrás hubieran sido un mismo ente y ahora quisieran volver a unirse. Las observo: todo poderosas, alzándose sobre los edificios, como gigantes de acero a los que nada les afecta: como si ni siquiera se hubieran dado cuenta de la lluvia que impacta sobre sus esqueletos de hierro. Como si nada en este mundo pudiera conseguir que detuvieran su incesante movimiento mientras desplazan enormes vigas de un lugar a otro. Son tantas, que parecen un ejército de gigantes dispuesto a arrasar la ciudad, el mundo entero.

Sí, aplastadlo hasta dejarlo reducido a cenizas.


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