viernes, septiembre 08, 2006

The Master Of Puppets

Ayer vi en TV una noticia que me hizo ver con total nitidez porqué nunca acabará el terrorismo en España.

Creo que ayer vi por primera vez la verdadera cara del terrorismo.

Estamos acostumbrados a ver en las noticias (aunque afortunadamente hace ya tiempo que no sucede) que han matado a tal persona o que han puesto un coche bomba....algún cartel colgado en alguna pared con los feos rostros de distintos y distintas etarras que están buscados por la policía...y poco más. Todo impersonal. Todo con la asepticidad que sólo la distancia nos puede proporcionar. Realmente no solemos ver cómo se comportan los terroristas. Pero ayer sí. Ayer pude ver el odio en estado puro, encarnado en un hombre calvo encerrado en una jaula de cristal.

Durante el juicio a un etarra, éste, calvo y con una mirada llena de rabia y odio, y metido dentro de una especie de urna de cristal, señalaba con el dedo una y otra vez al juez que se sentaba al otro lado de la jaula del hombre calvo. Mientras lo señalaba le gritaba que le iba a matar, a arrancarle la piel a tiras, que le iba a volar la cabeza de 7 tiros y que a ver si tenía cojones de meterse en la urna de cristal con él.Daba patadas en los cristales, y puñetazos. Mientras, no dejaba de repetir una y otra vez la misma palabra dirigida al juez: “fascista”. Me pregunto si el calvo sabía realmente lo que significa esa palabra: probablemente la aprendió hace ya muchos años en algúna taberna de San Sebastián, durante alguna reunión con otros futuros terroristas tan feos y encabronados como él. Y desde entonces es su palabra favorita, aunque ni siquiera conoce su significado real.

Pero suena bien, tiene fuerza la palabra: “Fascista ¡! “ , “fascista ¡!!”. Seguro que se mira en el espejo justo después de cepillarse los dientes y mientras pone cara de tío peligroso dice: “fascista!!” , “fascista ¡!”

Suelo tender a imaginarme a los terrorisistas siempre metidos en alguna casa rural de estas típicas del norte, rodeados de bosque y plantas llenas de gotas de agua de la lluvia caida la noche anterior, tramando algún nuevo asesinato en una habitación llena de humo de cigarrillos y con la barba de una semana sin afeitar, mientras en una pequeña TV arrinconada en una esquina emiten imágenes del telediario en las que aparece un asesinato que ellos mismos acaban de cometer.

Esta persona despertó en mí una enorme curiosidad: por mi cabeza sólo viajaba una y otra vez la misma pregunta: cómo es posible que alguien pueda llegar a meterse tanto en su papel de defensor de una causa? Sea la causa que sea.

Quiero decir, el hombre calvo se levantará por las mañanas y lo primero que pensará será “vaya, un día más siendo aplastado y oprimido por el estado fascista español”? desayunará antes de pensarlo, o lo hará después?

Siempre me ha asombrado la gente que se cree tanto algo, lo que sea. Los que se van a alguna fuente de alguna plaza de alguna ciudad a emborracharse y pegar gritos como locos cuando "su" equipo ha ganado algo, los que van todos los domingos puntualmente a la iglesia, los que no se pierden ninguna manifestación de su partido político preferido llueva o haga frío o calor, los que se declaran acérrimos enemigos del aborto o de las drogas, y en fin de todo el que tiene una idea clara e inamovible sobre cualquier cosa. Creo que todas esas personas en realidad no se han parado nunca ni siquiera 10 minutos a pensar en eso que defienden o demonizan: simplemente creen que su postura es la mejor y la que la sociedad en la que les ha tocado vivir apoya, y que los demás están todos equivocados y son una minoría. De alguna forma envidio la capacidad de estas personas para tener opiniones claras y formadas sobre cualquier cosa: yo soy incapaz de hacerlo. Porque creo que todo, o prácticamente todo en la vida, depende de cómo se mire. Nada es blanco o negro. Ojalá lo fuera, qué fácil sería todo entonces. Qué seguro de mí mismo podría estar entonces.

Creo que el hombre calvo encerrado en su jaula de cristal tiene que haber tenido una vida vacía, anodina, sin nada que realmente merezca la pena. Probablemente tenía un trabajo de mierda, vivía en un pueblo de mierda y frecuentaba unas compañías de mierda. No ligaba nada porque ya desde muy joven empezó a ser víctima de la alopecia y empezaron a surgir en su rostro los rasgos de persona violenta y llena de odio que hoy en día luce tras su jaula de cristal. Y es difícil vivir en un perpetuo vacío. Muy difícil. Vivir sin tener nada, siendo un paria más, un esclavo más del sistema en el que vivimos todos: pero claro no es lo mismo ser un esclavo con una tía buena a tu lado, 20 millones en el banco y un BMW último modelo, que ser un esclavo sin tener dónde caerse muerto en algún pueblo de mierda perdido por el norte del País Vasco. El hombre calvo fue llenando su corazón de odio hacia el mundo, hacia lo sociedad, hacia los hijos de puta que tienen BMWs último modelo. También sus ojos empezaron a inundarse de odio. Su odio y su ira crecían día a día, sin nada que los frenase, sin nada a lo que aferrarse y que llenara su vacío interior, su miserable existencia de mierda. Y entonces poco a poco se fue acercando al mundo de ETA.

Porque allí encontró un asidero para su vida, encontró un lugar en el cual poder depositar todo su odio y su frustración. Y llenar su vacío.

Pero no se limitó a eso, sino que además fue rodeándolo de ideas políticas que otros le iban dictando día a día. Le dictaban odio. Palabra por palabra. Y cada día tenía más y más odio envasado al vacío dentro de su puta bola de billar. Y cada día se levantaba con más odio dictado que el día anterior. Y un día se despertó por la mañana, a oscuras, y sintió que tenía algo raro en las manos. Se levantó y fue a verse al espejo: y allí estaban: tenía unas cuerdas de color negro que le atravesaban los dedos de las manos y subían hasta el cielo. Cinco cuerdas en cada mano, una para cada dedo: y las cuerdas empezaron a cobrar vida, desde el cielo, e hicieron que sus manos subiesen y bajasen como si tuvieran vida propia; arriba y abajo, arriba y abajo. Y luego las cuerdas hicieron que su mano derecha aferrara con fuerza una pistola 9 mm Parabellum. Y en cada cuerda, si mirabas con atención, podía verse como fluía todo su odio, se veía un chorro de odio que salía de sus manos y subía hasta el cielo a gran velocidad. Un flujo infinito de odio.

Un día salió de su casa rural rodeada de bosque y plantas llenas de gotas de agua de la lluvia caida la noche anterior, con su mano derecha sujetando la pistola, atravesada por las cuerdas que le obligaban a seguir adelante, tirando de él. Y ese día le pegó un tiro en la cabeza por la espalda a otro ser humano. Y se sintió bien. Por fin había dejado de sentir el vacío en su interior. Y cuando volvió a casa, miró las cuerdas que atravesaban sus manos y ya no eran negras...ahora eran rojas.

No creo que nunca, ni el hombre calvo ni ninguno de sus compañeros terroristas, se atrevan a cortar las cuerdas que atraviesan sus manos. Ya forman parte de su ser. Porque es lo único que tienen: su odio.

Este es el link al vídeo de la noticia:

http://www.elmundo.es/elmundo/2006/09/07/espana/1157623156.html


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